Cuando tenía ocho años una anciana se acercó a nuestra cabaña en el bosque. Le vendió una historia maravillosa de vegetales que tenían la ventaja de enviar a las personas a otro mundo, cualquiera que nuestro corazón deseara.Mamá se los aceptó por caridad, pero nunca tuvo la intención de probar nada con ellos. Después de tanto tiempo, mientras limpiaba mi cuarto encontré la caja en la que mamá los guardó, y cuando la abrí pude ver cuatro frijoles secos y de color negro ≪están podridos≫ pensé. Así que los arrojé por la ventana para deshacerme de ellos. De repente todo empezó a temblar, era una enorme planta que crecía infinitamente.
Mis ganas de saber que habría allá me hicieron salir de mi cabaña y subir hasta llegar al final de la enorme tronco. Finalmente llegué a una puerta dorada. Pude ver por unas rendijas que sus pobladores eran gigantes. Había mucho oro, mientras caminaba detrás de los arboles para que no me viesen, ya que estaba aterrada, observé un arpa maravillosa, también de oro, lo malo es que era custodiada por un enorme hombre, de barba negra y sin dientes. La quería, ¿Qué podía hacer?
Intenté acercarme cuando se quedó dormido sobre su silla, paso a paso y sin bajar la mirada al suelo intenté llegar al arpa. Al no bajar la mirada de la cara del gigante mientras dormía, choqué con un chico de aspecto desastroso, estaba muy agitado y al parecer trataba de escapar de uno de los gigantescos habitantes.
― Ven conmigo si no quieres ser alimento de gigantes―, me dijo él.
―¿Por que? No te conozco, y yo estoy aquí por esa hermosa arpa que está a los pies de este gigante― le dije susurrando.
―Te aseguro que lo que llevo en esta bolsa es más que el oro de ese gigante. ¡Apúrate, ven conmigo!
Dudé todo lo que dijo y me quedé quieta, el chico rubio con un movimiento negativo de su cabeza me dijo que se marchaba y que sería mi problema quedarme o irme del lugar.
―¡Espera!, al menos dime tu nombre ―, le dije.
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