Un glorioso miércoles,
Sin golosinas que comer,
De mi silla a la cocina,
Allí las encontré.
Nadie las había tocado,
Pensé que las habían apartado,
Di un grito para asegurarlo,
¡No! Estaban a salvo.
Eran mías, pero no las quería,
Su sabor simple,
Jamás me complacería,
¿Qué comería entonces?
Arranqué una,
Y luego fueron tres,
Luego treinta y cuatro,
Y desde entonces,
No paro.
Uvas de la viña,
Sean siempre bienvenidas,
Nunca supe hasta ahora,
Que serían mis preferidas.
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