La visita

La ventana  estuvo abierta durante toda la noche, entendí el por qué de los rayos del sol podían tocarme la cara a tan temprana hora, pues se abrió con el viento nocturno o simplemente no recordé cerrar la ventana la noche anterior. Saliendo de mi cuarto observé algunos calcetines en el suelo, el florero de la mesa de centro estaba a un costado, casi para quebrarse al caer al tocar el piso, lo acomodé y mi sorpresa matutina no terminaba.

El mantel de la mesa estaba rasguñado, el relleno de los cojines del sofá estaban regados por todo el piso. Traté de recordar  si la noche anterior organicé una fiesta o si había llegado ebria, pues no, nada de eso, más bien recordé que todo conmigo estaba en orden  y que llegué cansada del trabajo como es usual. De pronto, me asaltó el pensamiento de que alguien podría haberse metido a robar y como no encontraba ningún objeto de valor, empezó a descargar su ira contra  mi hogar.

Pensaba con calma y miedo que quizás esa persona extraña podría estar metida en cualquier rincón de mi casa y yo seguía ahí, de pie en medio de la sala como si fuese una detective analizando los hechos. Salí al patio y solo vi unas palomas que salieron volando apenas abrí la puerta trasera, regresé al punto de inicio y ya no se me ocurría nada, solo llamar a los vecinos o a la policía para que analicen el caso, quizá no sea de ayuda en absoluto.

Pasado tres horas, continuaba arreglando la sala, al no saber coser cojines, me tomó mucho tiempo enmendar el desastre de quién  sea que haya estado haciendo de las suyas durante mi ausencia. Ya no quería mirar a los lados, había algo que me atemorizaba, aunque no supiera que. Me sentía como en esas películas en que los protagonistas se sienten acechados por un ente y cuando voltean no hay nadie. 

Para relajarme fui por un té, como acostumbro cuando estoy nerviosa, un ruido me alertó, provenía  del mismo lugar en que yo estaba, al voltear solo observé la cortina de los mesones moverse, era el intruso que se había dormido y todo este tiempo estuve a solas con él. Para no darle tiempo a que  despertara, tomé un cuchillo, me acerqué lentamente y con mi corazón en la otra mano por el miedo en mi cuerpo, me quedé mirando la cortina en posición de rodillas para estar a su altura, como esperando a que se moviera para atacar. No ocurrió nada hasta que la cortina se movió violentamente hacía mí, la única defensa fue clavar el cuchillo y desde ese quejido no puedo estar tranquila. Aún recuerdo ver al pobre animal ensangrentado, clamando ayuda con uno de sus ojos parchados de color negro, el quería jugar y yo estaba asustada. 

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